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La moderna civilización todo lo altera, trasformándolo todo. Apenas subsisten los prestidigitadores tradicionales, los arpistas ciegos y los ministriles del África Central, aunque no con los caractéres típicos de antaño.

Pero, ahora como entonces, la entrada del invierno es el momento en que el dueño de casa lleva regalos para los chiquilines, que alegran el hogar, amuletos, ó aros para las orejas, ó collares de cuentas de porcelana, de plata ó de oro, para las concubinas, ó para la mujer. Pero, ahora como entonces, abundan en los puestos, la carne de vaca y de venado, los patos, los gansos, el pescado, los dátiles, las tortas de maíz de Guinea, el puerro, los pepinos, las cebollas, los ajos, —todas las especias, en fin, que les dan á los «Bazares» ese olor peculiar, que no se olvida jamás, cuando una vez se ha olido, porque es un olor sui géneris... Y ¿con qué olor inolvidable lo compararé, que no sea el del café torrado...?

Pues por allá también he andado yo. He sido, como ustedes saben, uno de los argentinos más glotones en materia de viajes: he estado en cuatro de las cinco partes del mundo;