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ESTELA

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-Era lo que pensaba hacer, señores, cuando ustedes me interrumpieron! replicó el inglés. -Pues hable Vd., que nos impacienta saber como es esa maravilla! dijo una dama. -Es maravilla, y no es maravilla-habló el inglés.-Seria un verdadero portento, a no dudarlo, si nosotros hiciéramos una cosa igual o parecida al dormitorio del Sultán Mahomet; pero con mucho menos basta al objeto que yo me propongo. Supónganse ustedes que aquel príncipe feliz, es, como todo turco, amante del placer; y como Sultán, dueño del mas hermoso Serrallo que se pueda imaginar. Posee trescientas mujeres, trescientas odaliscas, bellas como un lucero, lánguidas y tiernas como esas visiones de amor que acarician el alma de una virgen. -¡Qué viva el hijo de la Gran Bretaña! gritó uno, a este punto del discurso de aquél. -Que vivaaa! dijeron todos. Cuando volvió a reinar el silencio en aquella asamblea de troneras y libertinos, el inglés continuó de esta suerte su narración interrumpida: -Todas esas hermosas, a excepción de la Sultana, que es la querida de Mahomet, están numeradas; de manera que cuando él quiere servirse de alguna otra que no sea su favorita, -llama antes de sentarse a la mesa al eunuco que hace de mayordomo en el Serrallo, y le ordena haga sentar al número tal o cual en una