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ESTELA

El agua azotaba con fuerza el pavimento de las calles.

El viento rujia, atronaba, como un mónstruo embravecido.

Mil relámpagos cruzaban el cielo en todas direcciones, semejando las nubes que se arremolinaban en el espacio impelidas por la tempestad, una inmensa montaña incendiada de improviso por la erupcion de sus volcanes.

El corazon mas bien templado se hubiera sobrecogido ante aquel espectáculo, ofrecido por los elementos en lucha.

Solamente ella, recostada con abandono y negligencia en su divan, permanecía tranquila, impasible, imperturbable, ante aquel soberbio cuadro de la Naturaleza airada.

Sus grandes ojos, bañados por la intensa y ardiente luz de su espíritu, se habian fijado de lleno sobre mí, derramándome todo el resplandor celeste de una alma en éxtasis.

Aquellas miradas me hablaban con la elocuencia irresistible del amor sublimado, agitando en mi alma las ánsias y los deseos infinitos.

De pronto cesó la lluvia; y un rayo de sol, dorado como el primaveral de los trópicos, penetró á la habitacion en la que nos hallábamos, á traves de los vidrios de la ventana.

—¡Qué hermoso, espléndido rayo de sol