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ESTELA

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nidad en la llama de una pasión irresistible, puedes refugiarte aún en tu propio corazón, donde te sonreirá siempre un destello de felicidad, y en donde encontrarás, después de todo, el bálsamo que cicatrice tus heridas, por profundas que ellas sean! Sí; ambas hemos de ser felices, o hemos de arrastrar juntas el fardo de nuestros dolores! El mundo ha de oír todavía los ecos jubilosos que se escapen de nuestras almas, o ha de presenciar el escándalo de nuestra caída en medio del estruendo del festín!

El lector ha podido ver ya que Hortensia, al favorecer los amores de X . . . y Estela, lo hacia interesadamente. Amaba con locura; y el objeto de su amor no la correspondía al extremo que deseaba. Y decimos esto, porque aquel no era del todo ajeno al sentimiento que había sabido inspirara Hortensia. Arturo, que tal era su nombre, según nos lo ha revelado ésta en su anterior monólogo, era un elegante joven peruano, lleno de méritos personales, que corría con los negocios de X . . . ,vastos y complicados. Habiendo heredado éste al poco tiempo de inscripto en la Matrícula de abogados una fortuna collsiderable, no ejerció nunca su profe-