Amir y Arasi 11
— ¿A mí? — preguntó Panchito desgarbadamen- te. pero echó á correr. hasta que se detuvo frente al señor Ramírez.
— Don Alvaro —le dijo —aquí estoy yo.
— Te veo. muchacho — y don Alvaro levantó la cabeza y le miró atentamente.
Luego. musitó: — ¿Cuando me encontraste en el camino. te dirijías á algún sitio determinado”
—Pué... respondió Panchito con compunción bastante cómica y no algo miedosa — iba al pueblo... á comprar pan y azúcar.
Don Alvaro le miró econ severa expresión :
—El pueblo queda á unas cuantas cuadras de aquí, dijo. Total: pensabas llegar allí... ¿á que hora?
— ¡Patrón! ¡si entoavía es muy trempano!... sostuvo Panchito con un aire merecedor de una car- cajada de aplauso.
Las voces de los muchachos del saladero, liega- ron en ese instante á los oídos de Pancho.
— ¡Una! — ¡dos! —¡tres!...
Panchito levantó la cabeza, alzó los brazos y gi- rando sobre sus talones: ¡gue tomen mate! — gritó con la mejor convicción, y echó á correr como un demonio en dirección á su atalaya, en tanto que don Alvaro movía significativamente la cabeza, y murmuraba:
— Es un diablo, pero un diablo bueno.
Apenas don Alvaro había articulado en voz baja estas palabras, cuando sintióse una voz áspera y ruda que preguntaba: ¿está aquí Pancho?
— El buen señor dirigió una rápida mirada hacia el sitio por donde acababa de desaparecer Panchito.
— ¡Pobre! — murmuró, y la compasión se retrató en su semblante.