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ALBERTO GHIRALDO

en la frente la arruga de los malvados sino la de los pensadores; tú eres, para mí, la encarnación de la verdad en la tierra, yo te bendigo, porque tu inteligencia es él faro que marca el rumbo de la mía; tú vivirás en mi, yo llevo en mi cerebro los reflejos del tuyo y en mi corazón las bondades de tu corazón; tus virtudes son excelsas.

Y me besó en la frente, como mi madre.

Quise hablar y no me fué posible; estaba, en realidad, conmovido. Balbuceando pude, apenas, preguntarle ¿y ella? ¿adónde á ido?

Escucha, me dijo: ella tiene sus ideas fijas, falsas pero arraigadas; ¡qué hemos de hacerle! tú ya lo sabes. Bueno, ella quiere......

—Ah, sí! ya lo sé; tonto de mi! Pero....

—No te irrites, ten calma; te lo pido. De todas maneras ¡qué importa! mirándolo bien. ¿Te dará él lo que tú no tengas? Te quitará él, lo que sea tuyo?

—Él!

—Él!

Y entonces un hombre, todo vestido de negro, con un libro y un hilo de cuentas en la diestra, penetró en la habitación.