conocido de los restaurants de la ciudad mónstruo.
Después de una frase hiriente y mordaz, anatematizadora y cruel, sobre la vida y los hombres. el joven artista, levantando el diapason de su voz, trémula y entrecortada por la emoción, dice en tono profético:
—Tengo veinte y cinco años y he luchado diez. Hay mucha fuerza en mis músculos y mucha luz en mi cerebro. Pero mi espíritu se agita en una región de sombras. ¡Con cuánta razón afirmaba, hace poco, un pensador italiano que existe una clase de proletarios mucho más digna aún de llamar hácia ella la atención que la compuesta por los trabajadores manuales! Se refería á esa juventud de intelectualidad robusta y preparada cuyos servicios nadie requiere aunque, al fin de cuentas, todos obtengan algún provecho de ellos. A esa juventud llena de ideales, que pocos comprenden. que muchos desprecian y á quien ningún poderoso, ningún gobierno tiende la mano amiga. A esa juventud pensadora que, á pesar de to-