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ALBERTO GHIRALDO

tado, hasta un encuentro fatal, pero en verdad no iba preparado para esto.

Cuando quiso reaccionar, ella estaba de pié, junto á la puerta que daba al vestíbulo.

El se incorporó, quiso hablarla, pretendió argumentar algo, pero ella, amablemente, lé estendía la mano indicándole la salida. Había terminado.

Al despedirse dejó deslizar esta frase que, en seguida de aquel golpe tan imprevisto, fué para él algo así como un suave, aunque débil bálsamo:

—Después de todo, no me conserve Vd. rencor...

V

La cabeza echada atrás, como la de un triunfador, la mirada chispeante y el andar reposadamente pretencioso. Así llegó Cárlos á encontrarse con sus amigos.