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GESTA
ella, la hembra, á quien golpeaba por celos!
—Largá el cuchillo!
Y y con la mano izquierda la china cogió á éste por la hoja, que penetró honda en sus carnes.
—Largá, te digo! ¡Qué te has creido! Conmigo no vas a compadriar ¿entendés?
Y forcejeó con bríos.
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Cuando el oficial de turno acudía al llamado de auxilio, el sargento estaba completamente desarmado y rendido.
¡Malaya su suerte negra! La china estaba allí; y él se había descarrilao!
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Y así fué cómo, restablecido el órden y tomadas las anotaciones del caso por la autoridad respectiva, los curiosos, azorados, pudieron ver á Serrano, el te-