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ALBERTO GHIRALDO

quince años abandonados,—cayó al antro empujada por el cariño; y cuando abrió los ojos á la realidad, con un doble poder visual de espíritu, se vió ella misma que, imitando á sus compañeras, hacía al transeunte señas maquinales por las persianas, semi-abiertas, del lupanar.

III

Entonces. como una visión fúlgida cruza por su cerebro, en ebullición de ideas tristes, una imágen. ¡Ay, mi madre! dice, y un suspiro hondo, tan hondo como la pena, sale al aire de su boca y llena el cuarto para ir á perderse en la onda fría con los ruidos monótonos de la calle.

Pero aquella imágen es la imágen de una muerta. Y la infeliz comprende que por eso su dolor no puede desdoblarse. El fardo tiene que pesar, monumentalmente, sobre sus hombros. ¡Y estos son tan débiles!...

Siente que los ojos se le hinchan y