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ALBERTO GHIRALDO
II
Cuando Diego Rosas leyó la carta de Sarah, el primer impulso que tuvo fué de ira. Despues se contuvo exclamando: ella no tiene razón pero ¡se lo juro! sucederá lo que manifiesta desear. Y desde ese instante forma un propósito: olvidar; olvidar sí, á aquella mujer cuya belleza había llegado á inspirarle un amor grande y extraño.
Es una alma enferma, se dijo. Ignoro qué destino la arrastra. Sabe que no es cierto lo que expresa y yo sé que no alienta poder humano, fuera de su capricho, capaz de torcer su intento.
Ha demostrado por mí una especie de furia eroticamente espiritual, erotismo de alma y de cuerpo, único apto para producir la emoción total del amor, y hoy, porque sí, sin que haya un motivo real, ella resuelve el suicidio de