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ALBERTO GHIRALDO

tanto, ese, nuestro amor de ayer, ha fenecido.

Él, proseguía mirándola con mayor asombro cada vez, sin darse cuenta ya de lo que quería, de lo que pensaba Sarah.

—Por fin, exclamó, sulfurado casi, quiero imaginarme que no habrás llegado hasta aquí con el deseo de burlarte. Y si esto es verdad, si, como manifestarlo parecen tus ojos, aun piensas en mi cariño, no sé, realmente, como vas á componértelas, en esta ocasión, para ser lógica.

—La explicación es sencilla, replicó Sarah. Mira: aquello ha existido, es decir, ha sido, ha pasado. Lo que pueda venir, todo, es nuevo: yo recien te conozco...

Y mientras él la contestaba con una sonrisa de agradecimiento, ella lo envolvía, mareándolo, en una mirada de ensueño, ébria de promesas.

Después, mientras el crepúsculo invadía la habitación confortable del artista, en el ambiente perfumado y tibio,