gros en los momentos supremos para la patria, ha desafiado el martirio y hasta ocupado el patíbulo, con serenidad espartana.
En extremo compasiva, caritativa hasta lo sublime, no hay dolor ajeno que no haga suyo propio, no hay miseria con que no comparta su pan; y á la cabecera de todo paciente se la encontrará, haciendo así inútil el hospital, que casi no existe en Venezuela.
La mujer venezolana, en suma, reclama un puesto muy distinguido en el rango de la belleza latina.
Más perfección en las línesa, podrán tener otros tipos, pero ninguno más gracia y elegancia.
Posee toda la originalidad de aquella exuberante naturaleza, todo el esplendor de aquél cielo, con la especialidad de que no hay jerarquías, para la belleza de aquella raza, porque está distribuída en todo el sexo, con verdadera prodigalidad.
Tal es, en breves trazos, la mujer venezolana.
Su vida está entre el amor y el sacrificio y con uno y otro sentimiento, labra su felicidad y la de los suyos.
Apasionada en extremo, abnegada y heróica para defender la dicha que con tan sublime
