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P. GINER

quidámbares, que, como perlas desciende de las hojas que lo guardaron, y eleva hasta el cielo ese perpetuo y misterioso canto que va á morir en el mar, y que las aves consagran desde su nido, al concierto sublime de la soledad, en el seno de las vírgenes selvas de América.

¡Oh, americanas! Vuestro clima os comunica una electricidad peligrosa para vosotras mismas, más peligrosa aun para aquellos que os han contemplado. Halláis por todas partes esclavos de vuestra victoriosa tiranía. El pampero, os comunica su alegre frescura, la flor del aire su perfume; vuestros pensamientos, vagan en la inmensidad de los desiertos, ó se confunden con el azul del cielo.

Guirnaldas de himeneo, risas de festín, danzas ligeras, joviales devaneos, son como las brisas que en las cumbres del Erimanto animaban los juegos homéricos de las doncellas griegas, rivales de las musas.

Pero vosotras ¡oh americanas! estáis llamadas á más nobles destinos. Traed más bien á la memoria los ejemplos de Israel. Sus vírgenes, bellas y sabias como Raquel y Esther. se reunían bajo las palmeras para estudiar la ley, cantar las alabanzas de Jehová y recordar la inocencia de los blancos corderos destinados al holocausto. Los pensamientos de esas hijas del Oriente, fueron no menos sublimes cuando en Babilonia, cantivas, suspendían sus arpas