Entre la mujer del pueblo, distínguese la mulatilla, jovenzuelas vivarachas, decidoras y no exentas de gracia. Son estas mulatillas, algo así como correveidile, prontas y dispuestas á desempeñar un encargo, á realizar alguna liviana faena, por exiguo estipendio, á veces, por algún mezquino manjar ó averiada vianda.
Sin más luces que las escasas que le proporciona su contacto con las gentes, carecen de toda instrucción y educación. Así, resulta chistosísima, la manera de desempeñar las triviales embajadas que se les confían. Véase un ejemplo. Una de estas mulatillas, aparece ante una señora, y con los brazos caídos á lo largo de su enclenque cuerpecillo, ó mirando y remirando las faldas de su tipoy, y siempre con los ojos bajos, le espeta la siguiente relación, en un solo aliento:
«—Buenos días tenga usted dice mi ama que cómo está V. que aquí le manda esta florecita para su esposa doña Rosa que me de usted la ropa sucia que mañana van las muchachas al arroyo que si le ha sabido á V. bien la torta que ayer le mandó y memorias para todos.»
Son tan ingenuas cuanto inofensivas, serviciales y afectuosas.
Las que se dedican á cocinar son, por lo común, negras africanas.
La, india paraguaya, es bien formada, acusa
