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MUJERES DE AMÉRICA

pero ahincadamente, en despojar la maleza de an sembrado.

Cuando apenas habían pasado cerca de dicho bre, éste, incorporándose, interpeló al inglés, con ademanes de profundo regocijo:

—¡Eh, don Luis! ¿cómo pasa de largo, sin decirme adiós?

Pararon los caminantes, volvieron riendas y se unieron al campesino, al cual no reconoció el interpelado.

Apeáronse y saludaron con afabilidad, entablándose el siguiente diálogo:

—¿No me recuerda V., don Luis?—dijo el campesino. Y como el inglés respondiera negativamente, continuó aquél:

—Recuerde V. que hace año y medio, estuvo en esta chacra y durmió en ella una noche.

—;¡Ah, sí!—exclamó el inglés.—Ya recuerdo perfectamente. Y qué, ¿hay novedad en la charca?

—Sí, que hay novedad y muy grata, señor «don Luis. Mi hija Isabel, ha parido un niño, hermoso como un sol.

—¡Casó?—preguntó el inglés.

—No, don Luis,—repuso el indígena, —mi hija no casó. El crío es de V., señor don Luis. La noche que durmió V. en mi chacra, dejó V. preñada á mi Isabel.

Lon Luis y su acompañante, quedáronse atónitos ante la afirmación rotunda y escueta del