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P. GINER

ba y alentaría perdurablemente en su espíritu, El inhumano oficial de la guardia, pudo librarse de su rival, y en su insensata pasión imaginó que, desaparecido aquél, podría, fácilmente, reemplazarle en el ánimo de la que le subyugaba. Pero la Maldonado, guardando en su memoria y en lo recóndito de su alma, la imagen viva de su amante, grabada con imborrables líneas, sólo tuvo para el matador su eterna maldición, odio pavoroso; y, presa de terror, espantada ante la idea de que el poderoso oficial pudiera arteramente apoderarse de ella y saciar por resortes de violencia, sus asquerosos apetitos, huyó de la ciudad, y sola, y guiada por el pánico que invadió su alma, se internó en los desiertos campos, aprovechando las tenebrosas obscuridades de la' noche.

Fugitiva, desalentada, corriendo al azar, llevada con vertiginosa rapidez por el espanto, logró salvar inmensa distancia, y cuando la fatiga de su anhelante marcha la rindió, buscó un lugar donde guarecerse, donde tomar aliento para proseguir su huída, lejos, muy lejos de la maldecida ciudad donde quedaba el verdugo de su amante, el asesino de sus amores el maldito, el infernal que la hubiera sumido en las tinieblas de la angustia sin consuelo, de la desesperación y de la muerte.

Un tenue fulgor cenital, precursor de la alborada, vino á auxiliarla en su trabajosa ta