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MUJERES DE AMÉRICA

rea y en la ladera de una quebrada, áspera y pedregosa, distinguió una cueva, hacia la cual encaminóse con vacilaciones de borracho, ensangrentados los pies, deshecha en girones la abundante y negra cabellera, los ojos húmedos por lágrimas que brotaban sin cesar y refrigeraban sus caldeadas mejillas y las manos crispadas por el terror y los supremos dolores que atenaceaban su alma.

Penetró en la cueva la Maldonado y apenas hubo adelantado dos pasos, halló á su mano izquierda, tendida sobre un amplio lecho de hojarasca, y mejor que halló, vislumbró la silueta de un corpulento animal, y en el fondo obscuro, en la parte correspondiente á la cabeza de aquél, vió el brillo de dos grandes ojos que la miraban profundamente.

Un escalofrío intenso inundó todo su sér y como si súbitamente hubiera quedado paralítica, permaneció inmóvil, aterrada, reprimiendo la respiración, absorta, subyugada y con sus ojos fijos en los del corpulento animal.

Era éste una soberana leona, magnífico ejemplar de la exhuberante fauna americana. Sin tiempo para que la Maldonado reaccionara del espanto que la invadía, la leona fuese aproximando á ella, exhalando débiles quejidos que denunciaban el horrible padecimiento que á la sazón sufría y mayando dulce y quejumbrosamente, con aquel acento melífluo y acaricia