en todos los bohíos recibían á los soldados con ceremoniosa cortesía, agasajándoles los guajiros como quien lo hace por deber, pero naturalmente, sin entusiasmo; en su interior todo cubano de raza veía con simpatía y complacencia el movimiento insurreccional. Sin embargo, los hombres tenían buen cuidado de disimular sus ideas y sus inclinaciones cuando se hallaban delante de españoles, como pasaba en toda la isla de Cuba. La guerra, en sus últimos tiempos se había hecho rígida é inexorable y eran pasados por las armas, sin gloria y sin renombre, puesto que no se hacían públicas las ejecuciones, aquellos de los cubanos que tenían la heróica franqueza suficiente para quitarse la máscara y enseñar el alma y el cerebro, los dos libros misteriosos del hombre que tienen escrita la verdad.
Pero las mujeres, que son, en sus pasiones, más irreflexivas y más osadas, no disimulaban sus odios cuando pasaban los soldados españoles, de jornada, por los bohíos del Camagüey. A los españoles les hacían las indias los honores de la hospitalidad, con menosprecio ofensivo: en sus ademanes femeninos y en sus ojos gráficos se leía el odio siempre. Lo violento las exacerbaba, y para ellas el recibir á los españoles era violento. Los soldados de España, que son, hasta: los más incultos, modelos de
