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P. GINER

quedaron fuera de las viviendas, poniendo á disposición de los españoles las mujeres de su cariño.

Los soldados pusieron en juego toda su habilidad, todo su cariño, toda su ternura para convencerlas, enamorarlas y lograr un momento apacible de relativo amor siquiera, pero no lo pudieron conseguir: las indias, leales siempre á los suyos, no se dejaron seducir por los halagos de aquellos hombres, los enemigos de su causa, y ni una cedió á la debilidad ni á la tentación. Es más, hasta algunos de los indios de su familia trataron de hacerles ver la conveniencia de que hicieren, por política, determinadas concesiones; fué inútil; ellas no transigieron y aún llegaron á manifestar su propósito de darse ellas mismas la muerte, por su propia mano, si los españoles recurriendo á la violencia intentaban atropellarlas.

-¡Viva el amor, viva Cuba, viva la paz!- decían los soldados por halagarlas é inspirarles confianza.-Si nuestro deseo no es guerrear, ni matar, ni destruir; nosotros venimos á la campaña obligados por el deber, pero no sentimos odio hacia Cuba ni hacia sus hijos, sino cariño, admiración...

Y las indias reconcentrando en su mirada brillantina de gato ó de serpiente todo el fue