to Rico, con amar su libertad, sus derechos políticos y su patria chica como el que más, no han osado recurrir á la rebeldía armada para defenderlo; por que son más buenos, más refractarios á la guerra y á la violencia que lo son los cubanos. Hasta en las estadísticas penales se observa esto, pues son contados los crímenes que se perpetran en aquel paraíso: he aquí por dónde, el alma de la mujer, resulta la mejor moralizadora del pueblo. Más corrige un beso que un latigazo: los brazos de una mujer á quien se ama, son los barrotes de la mejor cárcel, de la sublime cárcel: en Puerto Rico los calabozos son las cámaras nupciales: ¡dulces presidios!
Las campesinas, llamadas jíboras en el argot del país, son las más estimables por sus condiciones morales: tienen grande idea del honor y del pudor, y esto, aparte del afecto, que hace que se contraigan casi todos los matrimonios por cariño, contribuye á que el adulterio, ese borrón social que supone un cisma en la religión del amor, no sea frecuente ni mucho menos.
Las jíboras suelen vestir con alguna coquetería, que, aun dentro de su esfera humilde, les presta encanto. Suelen llevar traje de rayas ó de cuadros, pañuelo de Madras al cuello, enaguas muy almidonadas, mantilla negra de algodón sujeta con un alfiler de oro ó plata, y
