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MUJERES DE AMÉRICA

vióse en el recio poncho y quedó dormido como un bienaventurado.

A la mañana siguiente, notó que la mula, con sus pesados movimientos, había arrancado de raíz el arbusto y que entre la tierra adheridas á la raíz, brillaban unas piedrecillas. Examinólas, y vió que eran de oro. Removió la tierra en que había estado plantado el arbusto y halló mayor número de dichas piedrecillas. Cuando hubo cosechado buena porción de ellas, tornó á Copiapó en donde entró aprovechando la obscuridad de la noche.

Dudaba el buen Quiapu, de que su carga fuera oro nativo y para salir de su incertidumbre, fué á consultar con un su compadre, platero de oficio, hombre esperto, honrado, discreto y al cual le unía una antigua y sólida amistad.

Apenas examinó Pedro Laya, que así se llamaba el platero, las piedrecillas, dictaminó que eran de oro y del mejor.

Celebraron con trasportes de la más intensa alegría el feliz hallazgo, los dos amigos y compadres, y, puestos de acuerdo, partieron al día siguiente hacia la «Quebrada Negra», nombre con el cual la bautizaron, por ser muy sombría y abrupta.

Llegados al lugar donde radicaba el tesoro, afanáronse á remover tierras y más tierras, hallando, como premio á sus anhelos, un riquí