tos de la plaza, atronadora, delirante.
Enmedio del mayor entusiasmo, fué proclamada la interesante niña, «hija predilecta y muy amada del pueblo» y paseada en triunfo por todo el pueblo, que la precedía y seguía reverenciándola como á un ídolo. Su casa, era estimada como lugar sagrado y la dichosa madre, restablecida de su enfermedad, no cesaba de dar las gracias al Altísimo por haberla colmado de tantos bienes en la vida, y besaba con trasportes de júbilo, la inocente cabecita de su tierna hija.
Restablecida la multitud del escepcional acontecimiento, conservó siempre por la niña María Cruz una especie de culto popular, culto que ésta esquivaba, permaneciendo de contínuo recluida en su casa al cuidado de su madre, y no frecuentando los lugares públicos, más que para ejercer obras de caridad.
A los seis años de su proclamación como «hija predilecta y muy amada de su pueblo», murió su madre y después de honrar su memoria socorriendo á los menesterosos y costeándole grandioso enterramiento y funerales, repartió sus riquezas entre los pobres, abandonó la vida mundana y se consagró al claustro, tomando el hábito de religiosa, bajo el nombre de «Sor María de la Cruz.»
Murió á los cincuenta años de edad dejando
