tos y la égida de los conquistadores, pero no se cónsolaba de su libertad perdida ni del cambio que se efectuó en su régimen social; siempre añoraba tristemente aquella independencia primitiva, y este es el motivo de que ahora se conserve todavía ese rasgo tristón peculiar de su carácter. Todo esto se debe á lo apasionadas que son en sus afectos íntimos, á su grande alma para amar, como lo prueba el siguiente episodio que cuentan, de padres á hijos, con religiosa, veneración, las mujeres del pueblo en el Perú:
Allá en el año 1312 el inca Yupanqui tenía establecida su corte en el Cuzco.
Yupanqui, como todos los incas, era sanguinario, pero justo, noble y grande y bueno de corazón.
Cierto día le dijeron que el príncipe Vilcanota, que estaba preso por cuestiones políticas en el castillo de Marcata, se había escapado de la prisión, y que al frente de algunos descontentos, partidarios suyos había levantado bandera de rebeldía.
El inca se indignó extraordinariamente, convocó á sus hombres de armas, imponente legión de gente armada y salieron á batir á los partidarios del príncipe Valcanota.
Estos hicieron frente á las secciones de vanguardia del ejército imperial, pero como eran excesivamente pocos los rebeldes, pronto tu
