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niente, concluia el oriente del Asia, constituyendo así el punto de partida y el de llegada del antiguo y nuevo mundo.



V.



En su vehemente amor por la creacion, en vano se buscaria en Cristóbal un pensador elejíaco, un mero contemplador entusiasta de la naturaleza, pues la admiracion que le infundian aquellas perspectivas, su laborioso estudio de la flora y de la faunia de las nuevas rejiones y sus observaciones sobre el terreno, de que se prometia estraer oro y piedras preciosas, no eran el objeto esclusivo de todas sus meditaciones, sino que con afan nunca visto se esforzaba por comprender el carácter de unos pueblos, que huian delante de él como visiones, y ya que no podia estudiarlos de cerca, los adivinaba. En efecto, sus relaciones con los naturales fueron desde el primer momento cual sí dataran de antiguo. Nunca se engañó con respecto á ellos, y siempre supo hacerse comprender y amar, dominarlos con la dulzura, y tomar sobre ellos un grande ascendiente personal. Como su salvacion era su móvil, aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban de inspirarles una alta idea de los europeos, para que deseáran reunírseles, y adoptar sus costumbres, mostrándoles con magnanimidad constante lo sublime del Evanjelio. Y es indudable que, sin la brutal codicia de sus tripulaciones, jamas hubieran los indios esperimentado otro sentimiento que el de la gratitud y el respeto para con los hombres celestiales, como ellos decían.