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ANTÓN P. CHEJOV

Inmediatamente una desmesurada forma obscura se mostró en la curva de la vía, abalanzóse hacia mí y siguió adelante con una velocidad vertiginosa. Antes que transcurriese medio minuto la forma desapareció...

Era un vagón de mercancías. El mismo, de por sí, no tenía nada de extraordinario; pero su aparición sin locomotora me dejó perplejo. ¿De dónde venía y qué fuerzas lo empujaban con aquella velocidad?

Si yo fuera supersticioso, hubiese creído que eran brujas y diablos dirigiéndose hacia el sabaot, y hubiese continuado tranquilamente mi camino; pero esta aparición me dejó turbado; no sabía si creer lo que mis ojos veían y me perdía en mil suposiciones, como la mosca en una telaraña...

Una sensación de soledad se apoderó de mi corazón. El vasto espacio se me antojaba de mal agüero. La noche perdió para mí su encanto; millares de ojos observaban mis movimientos; los ruidos extraños y las aves nocturnas parecíanme existir tan sólo para angustiarme. Sin darme cuenta aceleré los pasos, y luego me eché a correr con toda la velocidad de que era capaz, y al punto escuché el llanto lastimoso de los alambres telegráficos, que no había notado antes.

—¿Qué ocurre?—pensaba, tratando de tranquilizarme—. Es cobardía, estupidez...

Pero el terror era más fuerte que la razón. Detuve mis pasos al llegar a la luz verde, al