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HISTORIA DE UNA ANGUILA

becita rizada y una tez como solamente se ve en los niños muy sanos o en las muñecas. Juega tan sólo por distraerse. Su cara está alegre, aplaude y se ríe a cada ganancia, cualquiera que sea el ganador.

Aliocha es un chiquitín redondo como un bolo; sopla y mira los cartones; para él no hay ni avidez ni amor propio. No le mandan a dormir, ni le echan de la mesa: ya está contento. Tiene aspecto tranquilo; pero en realidad es un granuja. No juega por distracción, sino por las riñas que son inevitables en el juego. Disfruta cuando hay una pelea o alguno pega al otro. Hace tiempo que siente una pequeña necesidad; pero no se atreve, por el temor a que le substraigan sus cristalitos y sus copecs. No conoce más cifras que las primeras y las que acaban en cero; su hermana Ania le ayuda y tapa por él sus cartones.

El quinto jugador es el hijo de la cocinera, Andrei; es moreno y enfermizo; está vestido de una blusa de algodón; lleva al cuello una crucecita de cobre. Está inmóvil y fija sus miradas soñadoras en los números. A éste la ganancia y los éxitos ajenos le dejan indiferente; está por completo sumergido en la aritmética del juego y su sencilla filosofía: ¡Qué de cifras hay en el mundo! ¿Cómo no se embrollan?

Todos, a excepción de Sonia y Aliocha, cantan los números por turno. Como éstos se repiten con frecuencia, los hay que llevan apo-