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ANTÓN P. CHEJOV

— ¿Cómo? ¡Ya te daré yo el pez! El rebaño se mete en el jardín mientras tú pescas. ¡Y la caseta! ¿Cuándo estará lista? Trabajáis hace dos días y no habéis adelantado nada...

—Estará..., estará la caseta—refunfuña Guerasim—. El verano es largo; tendréis tiempo, señor, de remojaros... ¡Brrr!... No podemos con la anguila... Se ha metido debajo del tronco, y allí permanece como en una madriguera.

—¿Una anguila?—pregunta el dueño, y sus ojos se animan—. ¡A sacarla pronto!

—¡Nos darás cincuenta copecs; verás qué pieza! Es gorda como un cerdo. Los vale, señor, los cincuenta copecs... por las penas que nos ha causado... No la aprietes, Liubim; no la aprietes... reventará... Empuja desde abajo... Tú, abuelito, tira hacia arriba..., ¿entiendes?, hacia arriba; no hacia abajo, ¡demonio!

Pasan cinco minutos, luego diez; el dueño se impacienta.

—¡Vasili!—grita volviéndose hacia la finca—. ¡Vaska! Mándame a Vasili...

Vasili, el cochero, llega a todo correr; está mascando algo y respira con dificultad.

—¡Métete en el agua! Ayúdales a sacar la anguila, que no pueden con ella...

Vasili se desnuda rápidamente y se mete en el agua.

—¡Despacho en un instante! ¿Dónde está? Ya veréis cómo esto va a ir aprisa. ¡Tú, Efim, vete de aquí! ¿A qué meterse en estas honduras un hombre viejo? Vete, y déjanos en