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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—¡Soberbia idea! ¡Magnífica! ¡Es venganza digna de Satanás!—piensa, frotándose las manos—. El tendero se asustará, naturalmente; requerirá el auxilio de la Policía; mandarán seguramente algunos agentes para que observen el jarrón; probablemente les ordenarán esconderse en el matorral, y a las seis, en cuanto introduzca la mano para tomar la esquela, ¡lo cogerán! ¡Buen susto se llevará! Tendrá tiempo para meditar sobre sus amores mientras que se instruyan las averiguaciones y el asunto se ponga en claro... ¡Viva!

León Savitch pega el sello y personalmente lleva la carta al buzón. Duérmese con sonrisa de satisfacción y pasa la noche soñando en cosas agradables. Por la mañana, al recordar su hazaña, se pone a cantar y hasta acaricia el rostro de su esposa. En su oficina sonríe de continuo, representándose el terror de Degtiaref al caer en la trampa...

Antes de las seis puede calmar su impaciencia y va corriendo al jardín público para regodearse con la situación desesperada de su amigo.

—¡Ya están allí!—piensa viendo a un polizonte.

Al llegar a la glorieta se sienta debajo del matorral y clava sus miradas en el jarrón. Su impaciencia no tiene límites. A las seis en punto Degtiaref aparece. Por lo visto, el joven se halla de excelente humor. Lleva el sombrero de copa echado hacia atrás y su abrigo en-