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HISTORIA DE UNA ANGUILA

Haces mal en mentir. ¡Detén el caballo! ¿Me oyes? ¡Detenlo!

—¿Para qué?

—Porque espero a cuatro camaradas en el camino. Me prometieron reunirse conmigo en este bosque... Cuando estemos juntos, el viaje será más alegre...; son mocetones de pelo en pecho... cada uno provisto de su revólver... ¿Por qué te vuelves hacia mí? ¿Qué te ocurre? Nada tengo de extraordinario para que me mires así...; tengo solamente el revólver. ¿Quieres que te lo enseñe? Lo sacaré, si te place.

El agrimensor hace ademán de buscar algo en sus bolsillos; pero al mismo tiempo Klim salta del carro y, corriendo a gatas, va a esconderse en la espesura del bosque.

—¡Socorro! ¡Socorro!—grita desesperadamente—. Toma, maldito, el caballo y el carro y llévatelos adonde te parezca; pero ¡no me mates a mí! ¡Socorro!

El rumor de sus pasos se pierde a lo lejos y todo queda en silencio. El agrimensor, mudo de asombro, detiene el caballo, se sienta más cómodamente y entrégase a sus reflexiones.

—Se ha escapado el tonto... Le he asustado. ¿Cómo me las arreglaré ahora sin él? Yo no conozco el camino. Será capaz de propalar que le he robado el caballo... ¡Klim, Klim!

—Klim...—contesta el eco.

La idea de tener que pernoctar en el bosque obscuro, escuchando el aullido de los lobos, le causa un estremecimiento grande.