Página:Historia de una anguila y otras historias.djvu/192

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
186
ANTÓN P. CHEJOV

—¡Klim, hijo mío, Klimuechke! ¿Dónde estás?—grita con toda la fuerza de sus pulmones.

Al cabo de llamar dos horas seguidas, el agrimensor se pone ronco; de pronto le parece oír un débil gemido:

—¡Klim! ¿Eres tú, hijito? ¡Ven aquí!

—¿No me matarás?

—¡Pero si todo fué una broma! ¡Ven aquí, muchacho! Dios es testigo que sólo quise bromear. Ni siquiera tengo revólver. Lo decía por el miedo que tenía. Te lo suplico, vámonos de aquí; estoy helado.

Klim juzga que un verdadero bandido ya se hubiera ido hace tiempo con el caballo y con el carro; sale indeciso del bosque y se acerca a su pasajero.

—¿De qué te asustas, tonto? Lo que te decía era por reír, y tú te asustaste. Sube y vámonos.

—¡Que Dios se lo pague, señorito!—murmura Klim subiendo al carro—. De haber previsto lo que me ha sucedido no le hubiera llevado ni por cien rublos... Por poco me muero de miedo.

Klim da un latigazo al caballo, y el carro cruje. Da un segundo, un tercero... y después del cuarto, el jamelgo arranca por fin. El agrimensor se tapa las orejas con el cuello del gabán y se tranquiliza. Ya no les teme ni a Klim ni al camino.