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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—Se lo diré a su señora... ¡Déjeme en paz! ¡Soy una muchacha honrada!... Cuando yo servía en casa del barón Anzig y el barón quiso entrar en mi cuarto en busca de fósforos, lo comprendí todo... Inmediatamente comprendí qué fósforos buscaba y se lo advertí a la baronesa... Soy una muchacha honesta...

—¡Qué diablos tengo que ver con su honestidad! Estoy enfermo... y quiero unas gotas..., ¿entiende usted? Estoy malo...

—Su señora es una mujer buena, honorable; usted debe amarla. ¡Sí! ¡Es una persona noble! No tengo intención de ser su rival.

—¡Estúpida! ¡Es usted una estúpida! ¿Me comprende usted?

Vaksin se apoya en el dintel de la puerta, cruza los brazos y quédase así, esperando que el miedo se le pase. No tiene fuerzas para volver a su cuarto y ver aquella lucecita centelleante y el retrato del tío. Tampoco le es posible quedarse medio desnudo en el pasillo. ¿Qué determinación tomar? Suenan las dos. El miedo no le abandona. El pasillo está obscuro; le parece que en cada rincón algo tenebroso le aguarda. Vuélvese de cara a la pared, pero en el mismo momento se le antoja que le tiran de la camisa y que le tocan en el hombro...

—¡Demonio!... ¡Rosalía Cariovna!

Ninguna respuesta. Vaksin, indeciso, entreabre la puerta y echa una mirada al cuarto.