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ANTÓN P. CHEJOV

tor hace una señal al dependiente, y varias botellas aparecen en la mesa.

— ¡Qué fastidio que no haya nada para tomar un bocadito!—dice el diputado comercial tragando de un golpe el contenido de una copa y haciendo una mueca.—¿No tendrías tú siquiera algunos pepinos?... ¡Cualquier cosa!...

El diputado se vuelve hacia el municipal y escoge una manzana, menos podrida que las demás.

—¡Vaya!... ¡Si hay aquí algunas que no están del todo echadas a perder!—advierte el inspector—. ¡Escogeré también una! Puedes dejar la cesta en la mesa y elegiremos las mejores. En cuanto a las demás, podrás destruirlas después. ¡Anikita Ivanovitch, eche usted vino! Convendría reunimos más frecuentemente y discutir sobre las medidas necesarias...; pero vivimos como en un desierto; no hay ni vida social, ni casinos, ni instrucción... ¡Como si viviéramos en Australia! ¡Una copita más! ¡Echense, señores! ¡Doctor! Esta manzana la escogí para usted...

***

—¡Señor inspector! ¿Qué hago con esta cesta?—le dice al inspector de Policía el municipal, cuando la comisión sale de la taberna.

—¿La cesta?... ¿Cuál de ellas? ¡Ah... ya!... Destruirla al mismo tiempo que las manzanas... ¿Comprendes? Está contagiada...

—Las manzanas se las han comido ustedes.

—¡Ah!..., pues me alegro mucho. Vete a mi