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En cuanto a la terapéutica, propiamente dicha, de los profesionales de la colonia el sistema dominante era igual al curativo de los médicos de la corte: purgantes, sangría y agua caliente eran el caballo de batalla en todas las formas de las enfermedades.[1]

La sangría era aplicada á troche y moche sin obedecimiento á reglas—ni aún se seguían los preceptos de Hipócrates—tanto en las fiebres como en las anemias, en las apoplegías como j en los tísicos, en los partos como en los síncopes, en los heridos como en las convalescencias, tanto en los ancianos como en los niños, sin tasa ni medida, pues si una sangría no bastaba para aparentar alivio se seguían otras y otras, hasta dejar al pobre paciente exangüe y exánime.[2]

Como las teorías dominantes achacaban las morbilidades á los malos humores, había que sacarlos y estraer las bilis, las flegmas, las sustancias crasas etc. que oprimían la masa sanguinaria.

En el siglo XVIII si se reglamentó algo el uso de la lanceta no por eso dejó de abusarse, y así vemos que en 1777 se elevó al rey un memorial de queja contra los padres hospitalarios, por sus neglijencias en el servicio de las sangrías, pues muchas veces no se pudieron verificar por no tener agua caliente en el hospital.

El mercurio, fué otro de los factores de muerte que tuvo la colonia suministrada por las manos inexpertas de muchos facultativos y 'varchilones.

Los purgantes hicieron furor; los drásticos como la jalapa y

  1. En su Historia de Santiago, dice Vicuña Mackenna que la práctica de la sangría era tan común que hasta las monjas tenían su sangrador. Fué de fama el sangrador de las monjas agustinas Cayetano Camaño que era muy solicitado por el público. En los conventos se tocaba á sangría con tres campanadas; así es que en toda la ciudad se sabía cuando se sangraba una monja, siendo para comentarios y bromas el dicho de las tertulia:

    ¿Qué monja se habrá sangrado hoy?

  2. El Dr. Dn. Angel de Luque, en la Apología del Dr. Don José María Villafañe, etc. en obsequio de la Humanidad etc. (véase nota de las pajs. 195 á 199 de la Bibliografía Chilena—1.ª parte, 1780—1811—por don Luis Montt) pondera los aciertos del famoso curandero Villafañe y ataca duramente á los médicos; en uno de sus párrafos dice: «Yo vivo como de milagro, por una especialísima providencia que me conserva. Son incalculables los males que han hecho á mi naturaleza los médicos... después de hacerme gastar un dineral en viages á la Sierra, á la montaña de los Andes, á los baños termales de Corís, á Chile, y si no les doy la mano, me hacen ir hasta el Cabo de Hornos. Padeciendo de crispatura ó espasmo de nervios, me han sangrado varias veces y hasta los varchilones de los hospitales saben que para el valetudinario nervioso la sangría es una estocada.»