Respecto á la inmediata asistencia á los enfermos, jamás se guien por la indigna y pusilánime doctrina de la conveniencia individual, porque en toda conducta humana no hay mas que dos caminos: el malo y el bueno; por consiguiente, nunca permitan consideraciones personales que impidan la ejecución de medidas que, su razón y la experiencia dictan como precisas, aunque usándolas se expongan á censuras abiertas ó secretas insinuaciones.
Ningún hombre, dice un célebre autor inglés, debe practicar la medicina sino está siempre preparado para sacrificar su reputación profesional á la ventura de salvar la vida de su paciente.
No podemos siempre conseguir buen suceso, aún en casos de poca gravedad, y cuando erramos en los que son verdaderamente dudosos ó importantes, el mejor consuelo es haber hecho, según conciencia, todo lo que podemos.
Conserven en su memeria el adagio: Virtus et perseverantia impedimenta omnia postremo vincent.»
La solemne inauguración de la escuela médica, acto precursor de la cima brillante en que vive la medicina moderna, se halla vinculada, no sólo á la acción del gobierno y del primer profesorado, sino también á la pléyade de jóvenes que venciendo las resistencias que oprimían la marcha del Instituto, decidieron aunar sus esfuerzos y poderosas voluntades, formando el primer cuadro de alumnos con que se inició el aprendizaje de la medicina, en nuestra patria.
He aquí la nómina de esta digna juventud:
Diego Aranda
Luis Ballester
Juan Cruz Carmona
Manuel Carmona
Juan Mackenna
Francisco Rodríguez
Enrique Salmón, y
Francisco Javier Tocornal
Se incorporaron á este primer curso los alumnos:
Martin Abello
Vicente Mesías, y
Bartolomé Morán,