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Rosales, «molia á uno y le daban dolores vehementísimos y con esa calentura y encendimiento grandísimo de la sangre, con un dolor de estómago y flaqueza de cabeza que quitaba el juicio, y no era la peor señal de vida.»

Entre las muchas enfermedades que se desarrollaron en 1647, después del terremoto del 13 de Mayo, la fiebre tifoidea hizo grandes males:

«Del mucho trabajo, de la aflicción grande, del desabrigo y turbación, y de tantos accidentes, y lo principal de los humores que la tierra abortó reconcentrados con el temblor, escribe la real audiencia, comenzó el contagio de un mal que acá llaman chabalongo los indios, que quiere decir fuego en la cabeza, en su lengua, y es tabardillo en sus efectos, con tanto frenesí en los que lo padecieron que perdían el juicio furiosamente. Esta ha sido otra herida mortal para esta provincia. Tiénese por cierto que se ha llevado otras dos mil personas de la jente servil trabajadora, y la mas necesaria para el sustento de la república, crianzas y labranzas, y como ya no entran negros por Buenos Ayres con la rebelión de Portugal, además de lo sensible de la pérdida, se hace irrestaurable en lo de adelante. Y con tanto contajio, que, entrando en una casa de ella deja de caer, si bien vivieron muchos; y va corriendo hoy por todos los contornos aflijidos y arruinados, y aún no está esta ciudad sin ella, la enfermedad.»

La falta de recursos hizo que muchas de estas dolencias fueran mortales.

En 1676, acompañó á la peste de viruelas otra enfermedad infecciosa con gran elevación de la temperatura y que, según los historiadores, producía una muerte acelerada.

En 1719, una terrible epidemia de fiebre pasó de Buenos Aires al Cuzco y se generalizó en Sud América. Era un tabardillo el principio del morbo con dolor al vientre y cabeza, delirio y vómito de sangre, y muchos morían de disentería después de terminada la fiebre;—creian los físicos que era cólera morbo—como pudo haber sido fiebre amarilla. De dicho mal murieron mas de cien, diariamente, en el Cuzco en los meses de Agosto y Septiembre, y mas de 80,000 en toda la epidemiá. Pagaron su tributo, dicen los anales, los barberos, sepultureros y cuidadores y hasta las llamas que conducían los cadáveres al cementerio.[1]

Después del terremoto del 8 de Julio de 1730, se desarrollaron varias enfermedades contagiosas, las que aumentaron con las grandes sequías que siguieron á aquel fenómeno seísmico.

  1. Anales del Cuzco, pub. y trad, por don Ricardo Palma