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vieja médica que se hacía pasar por ilunimada y que había conseguido numerosas inmunizaciones con la aplicación del pus varioloso. El feliz resultado de esta inoculación lo dió á conocer lady Wortly en Londres y ahí hizo inocular á su hija con igual éxito.[1]

Las autoridades sanitarias repitieron el experimento en varios condenados y en algunos centenares de personas sin ningún caso fatal, lo que hizo sustraer los temores populares y tanto más cuanto que los príncipes de la sangre real se sometieron al sistema en 1720, precisamente en el año en que morían, en Paris, 20.000 variolosos.

No obstante la inoculación fué combatida formidablemente. La facultad de medicina de Paris la prohibió como tratamiento inhumano, por más de treinta años.

En 1768, la emperatriz de Rusia, Catalina II, se sometió á la inoculación, venciendo así millares de resistencias.

«Pasan de mil los libros y memorias, dice Barros Arana, en su Historia General de Chile, que se escribieron en pró ó en contra de la inoculación, terciando en la polémica no sólo los médicos sino también los filósofos que la defendían con ardor como un bien social contra el flajelo desbastador. Aunque la España seguia entonces bastante de lejos el movimiento científico europeo, tomó algo más tarde interés en estas cuestiones (véase Fernández Morejón, Historia de la medicina española, tomo VI); pero no produjo antes de 1776 ningún escrito atendible para dar á conocer una cuestión que trataron los sabios más eminentes de Inglaterra, Francia y Alemania, y que popularizaron algunos de los escritores más prestijiosos de esa época, y sobre todo Voltaire, que fué uno de los más elocuentes y ardorosos defensores de la inoculación. La primera obra publicada en España sobre la materia, es una Disertación físico-médica que demuestra la utilidad y seguridad de la inoculación de las viruelas—Cádiz—1766, por el Dr don Juan Esparralosa.»

Tocó á Chile, y á uno de sus hijos, el padre Chaparro, el salvar á millares de infelices que eran pasto de la muerte ó que quedaban desfigurados para siempre. En 1765 inició sus notables experiencias, que fueron su propio invento, si hemos de dar fé á su propias palabras en documentos que llevan su firma. Muchos autores, entre ellos Barros Arana, dicen que la inoculación del padre Chaparro fué una simple imitación de lo que se practicaba en Europa.

Publicamos á continuación un extracto de una presentación

  1. Histoire de la Médecine et des Medecins, par le Dr. P. Dignat—Paris, 1888.