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gos del contajio con íntimo dolor de los profesores hasta que fatigada ya con estudio la imajinacion del reverendo padre doctor fray Pedro Manuel Chaparro, de la orden de nuestro padre San Juan de Dios, tuvo el pensamiento de inocular este veneno siguiendo las huellas de antiguos hábiles médicos para quitarle la mortífera malignidad con que hería. Comenzó la inoculación con tanto acierto que fué el iris que serenó aquella horrible tempestad. Exedieron el número de cinco mil las personas inoculadas y ninguna pereció. La capital de Chile debió su salud á este digno hijo suyo, que con la caridad propia de su instituto asistía a los necesitados y menesterosos y auxiliándolos con su ciencia y socorriéndolos con todo lo que querian darle los ricos por la asistencia que les hacian. No es menos recomendable este religioso por las buenas cualidades personales que le adornan que por las adquiridas. Sus talentos son de primer orden y su instruccion nada vulgar. Ansioso siempre de investigar la humana naturaleza es aplicado a esperiencias físico-médicas con que adelanta sus conocimientos en medicina, y por eso desean todos en sus dolencias valerse de su ciencia. Pero las circunstancias que deben hacer eterna su memoria son el desinteres y su caridad. Aquel jamas le permitió exijir de los ricos la propina que es costumbre contribuir a los de su facultad y esto lo hace repartir a los miserables la mayor parte de lo que las libertades de los enfermos pudientes voluntariamente le dispensan. Esta conducta del reverendo padre fray Pedro Manuel es bien notoria y bien se manifiesta en el religioso ajuar de su celda. En ella no se rejistra mueble alguno de vanidad y todo su adorno consiste en algunos libros con quienes emplea una buena parte de su tiempo aun de aquel que las religiosas distribuciones destinan al sueño.»

Se comprende que las dificultades que tuvo que vencer el padre Chaparro fueron inmensas, si vemos que aún hoy día se presentan resistencias á la vacuna. Se pretendía, por el vulgo que la inoculación fuese un sistema perfecto y fué motivo de grandes alarmas el que algunos inoculados sufriesen la peste ó quedasen marcados y, lo que fué peor, que muriesen después de la aplicación del fluído, mortalidad que nunca pasó del uno por doscientos, según el cronista Perez García.

Era tal el temor que al principio causó la inoculación, que bastó en los pueblos de la frontera el saber que el presidente O'Higgins preparaba una comisión de médicos para hacer las inoculaciones en el sur, para que se levantasen enérjicas protestas de todos los pueblos, principalmente en los Angeles en donde en asamblea pública, reunida el 4 de Julio de 1790, se pidió al gobierno que desistiese de su intento por cuanto, di-