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blicando en bellas ediciones las viejas ideas de los maestros del arte.

En esas pobres habitaciones, en medio de cuyo desorden creia uno ver levantarse la figura simpática de Clainville, el doctor Sazie no recibía sinó al pobre que necesitaba de sus servicios; no quería que nadie fuera á sorprenderle en medio de tan incesante trabajo, de su virtud severa, y cuando algún amigo íntimo se atrevía á romper la consigna, la frente del sijiloso filántropo se enrojecía viendo que le habian sorprendido haciendo un bien que él quería ocultar.

Nada faltaba á hombre tan notable para vivir eternamente en la memoria de la sociedad que honró con su servicios; y sin embargo, como si no hubiera querido vivir un instante que no se consagrara al trabajo y al bien, resolvió, en medio de una epidemia desvastadora, entrar como simple soldado en esa gran batalla en que tantos jóvenes intelijentes cayeron para no volverse á levantar.

El tifus reinaba en la población de Santiago, y hacia numerosas víctimas en todas las clases de la sociedad.

La epidemia se propagó á las provincias y amenazaba tomar jigantescas proporciones. Los hospitales estaban llenos de enfermos. El hospital de mujeres, sobre todo, veia con dolor que los médicos que lo servían estaban ya exesivamente recargados de trabajo. Una nueva sala se abrió, y al dia siguiente estaba ya llena de febricitantes pero no tenia médico, el doctor Sazie, entonces médico en jefe de los hospitales, se presentó á servirla sin remuneración, y en esa sala, que asistía con su asuidad característica, el hábil cirujano debia encontrar la muerte. Aquella grande intelijencia debia morir en el trabajo y por el trabajo. El 20 de Noviembre, el doctor Sazie experimentó los primeros síntomas del tifus; desde aquel instante, cesó de asistir al hospital y pasó cinco dias tomando remedios sin dar aviso de su estado. El dia 24 estaba ya gravemente enfermo. El dia 25 se pudo entrar en sus piezas; habla ya cierta perturbación de sus facultades mentales y notable somnolencia.

El cuerpo médico, alarmado con tan fatal noticia, corrió á su lado, pero era tarde. A pesar de sus esfuerzos, la enfermedad siguió su marcha, y el 30 de Noviembre de 1865, á las 10 de la noche, el doctor Sazie nos abandonó para siempre.

Con la frente serena del pensador que no ignora que la muerte no es más que la transformación incesante del universo, con la serena resignación del que siente que su tarea ha sido bien desempeñada, Sazie vió llegar sin inmutarse á su antigua enemiga. El vigoroso atleta no podia ya luchar con ella: