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EDGAR POE.

al más ignorante la idea tan peregrina de que el universo (ó este mundo, como usted quiera) haya tenido un principio. Recuerdo que una vez un hombre muy sábio me habló de una tradicion sumamente vaga sobre el oríjen de la raza humana; y para ello usó como usted de la palabra Adam, ó tierra roja. Empleó además, un sentido genérico, relativamente á la generacion por el barro—juntamente como un millar de animalejos, — á la germinacion espontánea de cinco grandes hordas de hombres simultáneamente situadas en cinco distintas partes del globo, casi iguales entre sí.

Al llegar aquí la reunion se encojió de hombros, y algunas personas diéronse unas palmadas en la frente con aire muy significativo. Mr. Silk Buckinghan paseando la mirada desde el occipucio al sincipucio de Allamistákeo, tomó la palabra y dijo así:

— La longevidad humana en vuestros tiempos, unida á la general costumbre que usted mismo acaba de esplicarnos, consistiendo en vivir la vida á trozos, hubiera en verdad debido contribuir poderosamente al desarrollo general y á la acumulacion de conocimientos. Por ende presumo yo, que el notable atraso de los antiguos Egipcios en todas las ciencias, comparativamente con los modernos y más principalmente con los Yankees, debe atribuirse únicamente al poquísimo espesor del cráneo de los Egipcios.

— Vuelvo á confesar, — replicó el conde, con la