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LA ILUSTRACIÓN

fué de la imagina ción semejante idea, y no pudo hacer co sa mejor, porque con Alonso de cajero co mía y fumaba, y si

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él se hubiera hecho

cargo de las existen cias en caja, mucho antes de mediar ca

da mes, ni para nitos le hubiese quedado guita. El trato frecuente con Marco hubo de ejercer

funesta influencia en Ruiz Vedia, quien, después de resistir bastante tiempo las excitaciones de su amigo á que jugara, al fin cedió á ellas, y fué de la siguiente manera. Un día, al anochecer, toma

ba Ruiz café en el pomposamente llamado casino de Salvatierra, que era un mal cafetucho, cuando del cuarto del crimen salió disparado Marco, se dirigió como una flecha á su compañero, y con la más ruidosa vehemencia le dijo: —Ruiz, tú serás mi salvación! Vas á jugar ahora mismo una vaca por los dos. —Bueno, toma un duro y juégale de vaca, ó como quieras. —Pero..... si no es eso. Si has de ser tú quien la juegue. —Yo! Ca, hombre! - Es una inspiración que he tenido!..... No me fastidies! Dios protege la inocencia..... Tú no

has jugado nunca..... Si juegas hoy, te llevas hasta el tapete Me lo da el corazón! - Qué ridiculez! ¡Tus corazonadas de siem pre! Pues, lo que es hasta ahora, no te ha lucido

por un compromiso ineludible, se arrancó en corto y le soltó este mandoble:

"¿ estoy sin guita.

con el escozor de no haberla aprovechado! -¡No seas machacón! Si sabes que me he pro puesto no entrar nunca en una sala de juego — Por una vez que juegues! ¡Mira que te cos Toma este duro, único de su especie que me queda; con ese tuyo haces la vaca y la juegas á una carta..... Que la pierdes..... se acabó; me quedo tan tranquilo y no vuelvo á jugar en la Vida!

—Pero ¿cómo te he de decir que no, y que no? — Hombre!..... Por un amigo!..... Una sola vez!.....— exclamó Marco verdaderamente deso lado.

—Ruiz, no seas duro de corazón..... Ten com

Dame un pesante y

pasión de ese infelice..... Mira que si no, le va á dar un ataque cerebral, y serás responsable de su muerte repentina —dijeron entre burlas y veras varios oficiales que presenciaban aquella cómica

—¡Qué dices, tunante!—exclamó encolerizado Marco.—Del puntapié que te voy á dar, vas á pa rar en Sevilla! Si tu amo no te tuviera tan con

sentido, ni te envalentonarías de ese modo, ni le sisarías como le sisas. Bribón! Pa ir tirando!..... Alonso se puso todo lo encarnado que lo ce trino de su rostro permitía, y bajó la vista, no por temor, ni tampoco por arrepentimiento; sí por ocultar el coraje que resplandecía en su mi rada, pues sus ojos echaban chispas. —Trae el duro, y..... ¡cuidadito conmigo!— le dijo con airada entonación su amo. Con mal disimulado enojo, sacó Alonso de su bolsillo verde el duro y fué á entregárselo á su alférez; mas antes de que éste tuviese tiempo de alargar la mano siquiera, ya estaba en la de Marco la moneda.

El efecto fué mágico: como por encanto se le aplacó á Marco la ira. En seguida tomó el portan te, despidiéndose de su compañero con un «gra cias, chico». Al dirigirse apresuradamente á la timba, iba pensando: — Este duro, arrancado del bolsillo de ese tu nante como si le arrancasen el alma, es el de la

lieron del cuarto del juego Ruiz Vedia, Marco y sus acompañantes. Como todos éstos habían apro vechado, cuál más, cuál menos, el acierto de Ruiz en el juego, le llevaban poco menos que en triun fo, y para celebrar el éxito de la corazonada de Marco se corrió un juelguecita, como ahora se dice, una francachela como se decía entonces.

Ya entrado el día, se retiraron Marco y Ruiz al alojamiento de éste. Sacó Ruiz los billetes de Banco y monedas que á granel llevaba en los bol sillos, y poniéndolos en una mesa, sin contarlos,

hizo á ojo dos montones, próximamente iguales, y dió el que le pareció que había resultado mayor á Marco, y no se cuidó de recoger el suyo. Ren dido, más por la emoción pasada que de fatiga, se tendió en un sofá, mientras Marco se entrega ba á los más locos trasportes de alegría; formó los billetes y las monedas que le habían corres

cantó, bailó, imitando con los dedos el sonido de

eres..... mi Providencia! —Alonso, un duro—gritó Ruiz á su asistente, que entraba en aquel momento en la habitación y se había enterado del atentado. —Mi alférez, no tengo más que pa ir tiran do..... Y luego..... como tengo que dar de comer á dos.....

concluyó la sesión aquella noche mucho antes que de costumbre, porque llegó un momento en que no hubo ya quien quisiera tallar. Más ruidosamente aún que habían entrado, sa

cha de acertar cartas!.....

taría mucho!..... Si es cuestión de un momento.

Acababan de almorzar cuando, después de en carecerle brevemente lo muy apurado que estaba

útil, la suerte se había fijado á favor de Ruiz, y

pondido, por batallones y brigadas; besó repeti

tinación en no complacerme, me afirma más y más en que es la suerte que pasa.... No me dejes

que el teniente afzó al alférez con premeditación y alevosía.

— Pues se necesita estar miope, porque á la vista está. Sale siempre la carta á que apunta ese oficial jovencillo. Le da como á niño sin pecado. Se conoce que está limpio de toda culpa..... y Dios le protege — replicó el interpelado. Advertidos ya de que así era, desde aquel mo mento todos los puntos esperaban á que Ruiz hi ciese su puesta para hacer ellos la suya; y no hubo banca que resistiera más de media hora. Se relevaban los banqueros, cambiaban las barajas, para ver si quebraba el juego..... nada, todo in

das veces, y con la mayor efusión, un billete de mil pesetas que le había cabido en suerte; brincó,

- No te lo perdonaré en la vida. Tu misma obs

llegó al colmo con motivo de un sablazo de á duro

su lado.

—Por Dios, hombre! Si lo estoy viendo como si estuviera sucediendo ya!..... Va á ser una ra nes más.

EN LA SOLEMNE APERTURA DE LA PUERTA SANTA.

dad, no doy con él —le preguntó el que estaba á

mucho el pelo con ellas, que digamos.....

-Te digo que no..... y no. No me importu

ROMA.-MARTILLO DE ORo UsADo Por su sANTIDAD

8 ENERO 1900

ESPAÑO LA Y AMERICA NA

eSCOna.

— Bueno, vamos allá! Me alegraré de perder la vaca en la primera postura, para que se le qui ten á este mamarracho esas ridículas supersticio nes de jugador empedernido. Y Ruiz Vedia, cogiendo el duro con que le brin daba Marco, acompañado de éste, que no cabía en sí de gozo, y seguido por todos los circunstantes, deseosos de saber en qué paraba aquella vaca tan solicitada, se dirigió al indecente cuartucho en que se jugaba á la timba. La entrada tumultuosa de aquel turbión de gente distrajo por un instante la atención de los jugadores; dirigieron una breve mirada de curio sidad á los que entraban, y volvieron en seguida á engolfarse en los incidentes y marcha del jue go. Marco acomodó á Ruiz en la silla que él ocu para momentos antes, y se apoyó en el respaldo de ella. Los que les acompañaban se agruparon detrás y en torno suyo. Por esta vez, y por uno de esos crueles capri chos de la fortuna, que parece gozarse en favore cer á los novicios y primerizos en el juego para enviciarlos, la corazonada de Marco tuvo el más completo éxito. Ruiz dobló hasta cuatro veces la puesta. Sin llevar juego alguno acertaba casi to das las cartas, perdiendo rara vez, y siempre cuando aflojaba en las puestas. Todos los demás jugadores estaban desorienta dos, sin saber si se daban mayores ó menores,

suerte..... Vamos..... que es el de la suerte..... Y por añadidura el bolsillo era verde..... Lo dicho, judías ó contrajudías; en una palabra, no había hoy me armo. Lo que había oído á Marco, hizo caer en la juego declarado, según la frase habitual en estas cuenta á Ruiz Vedia de que, en efecto, Alonso le casas entre los aficionados á verlas venir. Sola sisaba. Pensó retirarle su confianza, dejándole mente un señor canoso, á quien le había apunta cesante del honroso cargo de depositario y admi do el bozo junto al tapete verde, ganaba. —¿Qué juego lleva usted? Porque yo, la ver nistrador de sus capitales; pero bien pronto se le

las castañuelas, y hasta, olvidando rencores y agravios pasados y diferencias presentes de cate goría, dió un apretado abrazo á Alonso, que, lla mado por su amo, entraba en la habitación. Más molesto que sorprendido el asistente de tan inesperada muestra de afecto, frunció el en trecejo, mucho más aún de lo que acostumbraba siempre que veía á Marco con su amo; y cuando

se dió cuenta, viendo el montón de billetes y monedas que había en la mesa, de la causa posi ble de tan desusados extremos de regocijo, en treabrió sus labios una extraña sonrisa.

- Alonso, coge un billete y prepáranos una

buena comida; pero, como no ocurra algo ex traordinario, hasta que buenamente me despier te no me llamas. Cierra bien las maderas del

balcón— le dijo Ruiz. — Oye, Alonso, que sea un festín que ni el de

Baltasar —añadió Marco.—¿Sabes tú quién fué ese señor?

Alonso no se dignó contestar, cogió un billete de cincuenta pesetas, cerró herméticamente el balcón y salió de la habitación, cerrando tras sí la puerta. Ruiz en el sofá, y Marcos en la cama que ha bía en la alcoba inmediata, durmieron como unos benditos hasta eso de las tres de la tarde. La co

mida que les sirvió Alonso fué buena; pero no tanto que estuviera á la altura de lo que repre sentan cincuenta pesetas. Indudablemente Alonso

se había llamado á la parte en las ganancias de su amo, sisándole más que de costumbre; y lo

hizo impunemente, pues Ruiz sabido era que no se fijaba en tales pequeñeces, y Marco, pre ocupado con las nuevas y mayores ganancias con que soñaba, no se fijó tampoco en que allí ó

faltaba comida ó faltaban pesetas. Apenas concluyeron de comer, con los postres en la boca, se fueron á la timba, y, aunque no tan desaforadamente como la noche anterior, tam bién les sonrió la fortuna. Cuando, ya de madru gada, se retiró Ruiz á su alojamiento, venía tan fatigado y soñoliento que se acostó sin cuidarse de sacar de los bolsillos del uniforme el dinero

de que venían repletos. Si al vestirse al día si guiente se le hubiera ocurrido siquiera ver cuán to dinero tenía, por mucha que fuera su distrac ción hubiera notado que Alonso seguía haciendo de las suyas en proporciones tales, que ya la cosa pasaba de sisa para ser algo mucho peor. Por tercera vez jugó Ruiz con el mismo resul tado que las dos anteriores; pero á la cuarta cam bió la suerte, y por empeñarse en forzarla per dieron Marco y él cuanto habían ganado, la vaca base de su pasada fortuna, y además Ruiz cuan to llevaba encima. FRANCISCO MARTÍN ARRÚE. Concluirá.