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SUMARIO

Texto. - Nuestro criterio. -Nuestros grabados. - Dos camafeos ro< maitos, por don Emilio Castelar. - Una página para la historia del Museo de! Prado de Madrid, por don Pedro de Madrazo. - El último Niño de Ecija, por don Benito Mas y Prat. - El pagaré, por doña Carolina Coronado. - Conquistas métricas, por don E. Benot. - Carta de América, por M. Alberto Tíssandier. - Viaje á Filipinas, por el Dr. J. Montano.


Grabados. - Doña Juana la Loca, copia de una acuarela de Pradilla. - Lagunas de Fenecía, de J. M. Marqués. - La farsa de los llorones, dibujo á la pluma de Antonio Fabrés. - En el campo, dibujo de V. Ambery. - En la playa, cuadro de Giuliano. -La Virgen de los náufragos, cuadro de Enrique Serra. - Un patio en Fenecía, dibujo de Leopoldo Roca. - Regreso de la fiesta, cuadro de G. Diez. - Estudio, de Neuville. - Un episodio de la guerra de 1813, cuadro de Carlos Marr. - Viaje á Polonia durante el invierno, cuadro de Vierniz-Kowalski. - Z<z sorpresa, cuadro de Tusquets. - Un modelo, dibujo de Llovera. - Apunte para un cuadro, de J. Luis Pellicer. - Estudio á la pluma, de J. Luis Pellicer. - Facsímile de un estudio de Rafael. - Ferrocarriles en Niteva York (véanse las páginas 14 y 15). - Viaje á Filipinas (véase la página 16).


NUESTRO CRITERIO


La importancia que en cuatro años de publicación ha adquirido la Ilustración Artística, la confianza que el público la dispensa, el lugar que ocupa, no el más humilde por cierto, entre los periódicos análogos de Europa y de América, nos obligan á hacer profesión de fe; esa profesión que, alardeada en nuestro primer número, hubiera podido calificarse de inmodestia, y que callada al cabo de cuatro años, podría ser apreciada como absoluta falta de principios fijos. Nada de esto, por cierto: sabemos á donde vamos y nos tenemos trazado de antemano el camino por donde nos dirigimos á nuestro objetivo; y porque queremos ser y parecer lo que somos, vamos á decir lo que sentimos y lo que pensamos.

Es el genio don divino, y siendo tan alto su origen, debe corresponder á su abolengo, secundando, en su ancha esfera de acción, los propósitos de la divinidad. El arte es sin duda la manifestación de lo bello; pero su misión sería más que modesta y vulgar, si esa manifestación de lo bello no fuese instrumento, medio de acción para llegar á un ideal mucho más elevado. La misión, la noble misión del genio, ora revistan sus obras la forma que las da el poeta, el pintor, el estatuario ó el arquitecto, es la popularización de lo bello para excitar el sentimiento de lo bueno. Bien sea que Homero cante en épicas estrofas las hazañas de la troyana guerra; bien que Rafael nos presente el Redentor del mundo agobiado bajo el peso de la cruz; bien que Miguel Ángel nos dé una idea de los sufrimientos del esclavo retorciéndose para romper sus ligaduras; bien que Gerardo de Rile trace el proyecto de la obra más grandiosa de la arquitectura ojival, para catedral de Colonia; siempre hemos de ver en la obra de arte algo superior á la simple exhibición de la forma, siempre hemos de tener en cuenta su trascendencia para calificarla de producto digno del verdadero genio.

Los pueblos no viven sencillamente de pan material: su naturaleza, su instinto, su mismo destino futuro, por cuanto es superior, le impulsan á superiores aspiraciones. Cabe que en la infancia de las naciones, ante la inminencia del peligro, ante la necesidad de una defensa continua y á todo trance, dura ley de una más dura vida; prescindan los pueblos de producir lo bello; pero aun sin darse cuenta de la causa, por lo bello se sentirán primero atraídos, más tarde vencidos ó subyugados. Así, por ejemplo, el hombre de las sociedades rudimentarias no concibe el arte, no tiene idea ni conciencia de su fuerza artística; pero encuentra placer indecible en la contemplación del mundo sideral; rinde culto á la belleza del firmamento, y tal es su inconsciente admiración por la hermosura de los astros, que los convierte en sus dioses.

No se crea, empero, que nuestro amor por lo bello en el arte nos conduzca á deducciones tan exageradas como las de aquel Areópago que declaraba inocente y pura á cierta célebre cortesana porque no podía admitir el monstruoso consorcio de un cuerpo sin defecto y de un alma sin virtud. Esas deducciones anti-lógicas y anti-prácticas convertirían al pueblo en sensual adorador de la forma, y le debilitarían y estragarían como se debilitan y estragan los sultanes de Oriente en el recinto mágico de los harems imperiales. Nunca: por esto repetimos que el arte es, á nuestro juicio, la exhibición de lo bello para glorificación de lo bueno, de lo noble, de lo santo.

Esta consideración nos ha alejado, por convicción y por sistema, de las manifestaciones de lo que ha dado en llamarse realismo, cualquiera que sea el terreno á que se le lleve. Quien no vea en el arte sino la forma externa de los objetos, quien crea que el genio, don de el cielo, le ha sido dado al hombre para rebuscar, entre la basura social, las repugnantes deformidades de la naturaleza, no es ni puede ser artista, no es digno de serlo. Donde no se echan de ver simultáneamente la belleza en la forma y la belleza en el fondo, donde no exista la belleza invisible junto á la belleza visible, podrá haber líneas elegantes, colores que deslumbren, verdad ó realidad cuanta se quiera; lo que no habrá, ciertamente, es inspiración, genio, arte.

Por otra parte, creemos que la belleza no es precisamente una cosa material, sujeta á reglas como un problema geométrico. Tras la obra del grande artista, como tras la obra del gran poeta, hay que buscar y que encontrar el mérito inmaterial, lo que pudiéramos llamar la belleza invisible de las creaciones artísticas. Así, por ejemplo, no admiramos á Tiziano en su retrato de Carlos V, como no admiramos á Rafael y á Murillo en sus Vírgenes, como no admiramos á Miguel Ángel en su Moisés, porque el primero tenga gran parecido con el César; porque las Madonas del italiano y las Concepciones del español sean estéticamente irreprochables; porque el anciano del portentoso escultor sea un titán engendrado por otro titán. Muchos y muchos pintores han ejecutado retratos de fotográfico parecido, Vírgenes realmente bellas, ancianos de respetable continente; y sin embargo, el mundo se ha preocupado nada ó muy poco de su paso por la tierra. El mérito, el valor de los artistas que hemos citado, y por ende de sus obras, no está en lo que se ve, sino en lo que no se ve; está en que tras la frente de Carlos V son de leer los pensamientos del poderoso soñador de la monarquía universal; está en que las Vírgenes de Rafael y Murillo son de una belleza inmaculada, de una belleza que nada dice á los sentidos, de una belleza á la cual se busca entre los ángeles, está en que la mirada, la actitud, la expresión toda del legislador hebreo, revelan la inspiración, la resolución, el dominio sobrehumano del que rige á su pueblo, no por la gracia de Dios, sino por voluntad expresa de Éste. Y esa vida que trasciende á la materia inerte, ese calor que anima el helado mármol, ese lenguaje que hablan objetos mudos por su naturaleza; es la parte inmaterial de la obra de arte, es el punto de relación entre el genio y la divinidad, es lo trascendental, es lo sublime que conduce á lo imperecedero.

El llamado realismo del arte nunca dará estos resultados. Y no se nos arguya en nombre de la verdad, porque la verdad escueta podrá ser el objetivo del filósofo, pero nunca lo será del artista, ni del poeta. El realismo producirá en el arte un Courbet ó en literatura un Zola; uno y otro podrán tener adeptos, por desgracia, porque también los tienen el error y ]el vicio; lo que negaremos es que la escuela de semejantes profesores llegue á aclimatarse en pueblo alguno, ó que la posteridad se ocupe de sus obras, si no es para compadecer á los que tuvieron el mal gusto de hallarlas buenas.

Y no se deduzca que, por ser contrarios del realismo, lo seamos en modo alguno de la verdad; pero entendemos y queremos entender que la verdad, en la reproducción artística de un objeto, no consiste en la exactitud material de su todo y de sus partes, sino en la verdad de la concepción general, en la verdad suprema, en la verdad absoluta, tan perfecta como la naturaleza la produce por regla general y no tan repugnante como algunas veces la hace el mundo. El idealismo en el arte no implica la elucubración del artista; no es la mentira, ni siquiera la exageración de la belleza : es sencillamente ver la obra de Dios, tal como sale de la mano de Dios, y no preferirla á lo feo, cuando esta fealdad es incidental, individual, ajena por completo á la concepción de la obra, á su espíritu, á la trascendencia ó alcance que el autor se haya propuesto darla.

Amantes del arte por inclinación natural y por la íntima convicción de la influencia que ejerce en la cultura y hasta en el bienestar material de los pueblos, desearíamos, y por nuestra parte no hemos de perdonar excitaciones, que así el Estado como las corporaciones y aun los particulares que se hallan en el caso de favorecer y generalizar las obras artísticas, se preocuparan de ello hasta donde su indudable importancia lo requiere. Sensible es decirlo, pero el hecho es que en España todos servimos para quejarnos y ninguno para remediar el daño. Cuando nos lamentamos de cierta rudeza en las formas exteriores de nuestro pueblo, bueno fuera que nos preguntáramos qué cosa hemos hecho entre todos para mejor educarle, para aficionarle á lo bello, que es el camino más corto para llegar á lo culto. Las costumbres, las formas, no se imponen de real orden: la contemplación de objetos que eleven el espíritu y el ejemplo de aquellos en quienes el pueblo busca su espejo, consiguen más resultados que todas las enseñanzas reglamentadas y todas las disposiciones gubernativas.

Pues bien, en España se hace muy poco en provecho del arte: una exposición en la corte de tarde en tarde; la compra de dos ¿tres lienzos por el gobierno, no siempre bien escogidos y frecuentemente mal pagados; pocas y escasamente dotadas pensiones en Roma, y el concurso de algunos particulares que adquieren cuadros de segundo y tercer orden, más por lujo que por verdadera protección al arte; no son medios suficientes para llegar á un desarrollo artístico que trascienda á las costumbres de todo un pueblo. De aquí que la gran mayoría de nuestros insignes artistas emigren de su patria, que sus más preciadas obras enriquezcan los museos públicos y colecciones particulares del extranjero, y que fuera de España se conozca mejor que entre nosotros la altura á que han elevado el arte los dignos sucesores de las gloriosas tradiciones de la escuela española.

Semejante situación, semejante ostracismo, son indignos de una nación pundonorosa como la nuestra y perjudicial para nuestro pueblo. A todos nos interesa poner un término á semejante estado de cosas, reconociendo cuan sensible es que España produzca el árbol y fuera de España se cosechen sus frutos. Más allá de la corte no hay museos; en la misma corte, la mayor parte de las obras modernas se hallan desparramadas en gabinetes de despacho y sombríos corredores de las dependencias del Estado, en donde no es lícito penetrar al público. A nuestro entender, ni es justo privar á los españoles de lo que se compra con su caudal, ni siquiera regatear á los autores de tantos lienzos notables, de aquella gloria, que entra por mucho en la excitación del genio, y que únicamente proporciona la popularización de sus obras. Hay que hacer mucho, mucho, en pro del arte y en pro del pueblo, y la Ilustración se permitirá romper de vez en cuando una lanza en defensa de tan nobles y de tan caros intereses.

Elevar el pensamiento de nuestros favorecedores, trasportarlos á superiores regiones por medio de la sensación íntima que se experimenta á la vista de un producto del arte, ayudar á formar el buen gusto del pueblo, poniendo ante su vista las obras del verdadero genio, todo esto sin predilecciones y sin exclusiones de escuela; creemos sea una empresa meritoria, cuyos frutos han de comprobarse tarde ó temprano.

En este sentido la Ilustración Artística, que cuenta con la valiosa y decidida colaboración de los principales artistas y escritores españoles, tiene la honra de invitar á cuantos, con el pincel ó la pluma como medio de manifestar su pensamiento, sienten lo bello como nosotros lo sentimos, y aman lo bueno como nosotros lo amamos. Unidos por los vínculos del sentimiento con cuantos tienen levantada idea de la misión de la literatura y del arte, aspiramos á su concurso para la mejor ejecución de nuestra empresa, algo presuntuosa si se quiere, pero la única que satisface nuestro criterio estético y deja en paz nuestra conciencia de hombres honrados.


NUESTROS GRABADOS

DOÑA JUANA LA LOCA, acuarela de Pradilla


Quien haya admirado el cancho Juana la Loca, echará de ver en el grabado que hoy publicamos algo que le recuerde aquella célebre obra de arte, que tan alto levantó, en exposición extranjera, ala moderna escuela española. Las obras de Pradilla tienen un sello especial, un carácter propio, como lo tienen la música de Meyerbeer y los versos de Zorrilla. Esa mujer hace sentir á cuantos la contemplan, porque Pradilla ha sentido lo que ella siente; su imaginación habrá seguido sin duda el pensamiento de su protagonista, allá por los espacios imaginarios á donde se ha transportado. Por esto ha interpretado tan fielmente el estado de su ánimo.

La Ilustración envía una vez más su entusiasta aplauso al ilus tre artista.

APUNTES

A la manera que una persona bien educada deja su tarjeta de visita en la casa donde ha sido recibida cordial mente, así los apuntes preciosos que en este número publicamos pueden considerarse como la tarjeta artística que dejan á la Ilustración sus distinguidos autores. A ellos nos hablamos dirigido para que colaboraran en el presente número extraordinario; y como no á todos podíamos destinar una página, ni todos podían favorecernos de pronto con un trabajo importante; nos han remitido una muestra, un recuerdo de su ingenio, que nosotros aceptamos por lo mucho que vale y como prenda dejada en garantía de su amistad y concurso.

Por lo demás, el mérito de un artista se echa de ver en cualquier muestra, por insignificante que parezca. Contemplando esos simples apuntes, dirá cualquiera con el refrán:

— Para muestra basta un botón.


EN EL CAMPO, dibujo de V. Ambery

Sin que el asunto sencillo de este lienzo se preste á emplear grandes recursos, es innegable que contemplando la tranquilidad del sitio, considerando cuan plácidamente se debe pasar la vida en esas soledades, y tomando en cuenta que mientras esas damas pasean en pleno día, sus amigas de la ciudad se hallan bajo la influencia de treinta y seis grados á la sombra, se siente uno tentado de preguntar al autor del cuadro dónde ha copiado ese bello sitio, para dar en él tan pronto como agosto empiece su reinado.

EN LA PLAYA, cuadro de B. Giuliano

Una marina más... ¡Cuánta marina!..

Pero no todas las marinas se parecen ni valen la que hoy publica mos; no todas tienen la fuerza de luz, el horizonte, el ambiente, la colocación de los personajes, la distribución de los accesorios, tan bien entendidos como en esta obra.

El mar tiene mucha playa y el arte tiene muchos pintadores.

Cuando un artista se hace notable tratando un asunto manoseado, puede asegurarse que este artista no pertenece al vulgo de los que estudian el mar desde una prosaica casa de baños.

LA VIRGEN DE LOS NÁUFRAGOS

cuadro de Enrique Serra

El autor de este lienzo es joven aún, y sin embargo su nombre es célebre, sus cuadros son solicitados por los inteligentes, y allá en Roma, donde se adjudican las coronas y se forman las reputaciones de los pintores de buena escuela, ha ganado en buena lid su diploma de artista y otra cosa que no deja de ser interesante, el dinero de los que se han disputado sus obras.

Pensionado por algunos particulares que presintieron su glorioso porvenir, pagó la deuda contraída con sus protectores en lo único (pie podía darles, en cuadros que pintó al poco tiempo de estudiar en la Ciudad eterna. Y por cierto que apenas pudieron apreciar sus adelantos en la Odalisca muerta, no fué difícil pronosticar que en breve se haría notable, no tan sólo por su factura sino por cierto exquisito sentimiento, cierta distinción natural, cierta poesía dulcísima que campean en sus lienzos.

Tales son las condiciones que avaloran el cuadro que hoy publicamos, destinado á Londres, que es el principal mercado adonde acuden aquellos que, por suerte, se hallan en el caso de comprar obras de primera fuerza. En la de Serra, véase bien, nada hay convenional, nada rebuscado: es un asunto tratado repetidas veces, pero muy pocas con la delicadeza de nuestro compatriota. Todo en este cuadro respira unción, recogimiento, verdadera fe religiosa y tranquilidad, tranquilidad en la naturaleza, tranquilidad en los corazones de esos marineros, que realmente meditan y rezan cabe el pintoresco altar de la Virgen de los Náufragos.

REGRESO DE LA FIESTA, cuadro de G. Diez

No se necesita ser inteligente en pintura para comprender el nitrito de este cuadro, que recuerda las mejores producciones de Holbein y de Durero. Su autor es un hombre original que se permite ser artista sin haber visitado París ni Roma; se permite más, ser profesor de la Academia cuando apenas ha sido discípulo de ella. Otra particularidad tiene Diez, y es, como Menze! y algún otro pintor de primera fuerza, desdeñar el móflelo: observador profundo y dibujante consumado, entiende que el estudio constante de la naturaleza es suficiente para reproducirla, sin necesidad de copiarla de un natural, cuyas líneas podrán ser muy correctas, pero cuyo vulgar materialismo ha de conspirar forzosamente contra la inspiración del artista. Diez tiene un estilo propio y bien definido: el cuadro que de él publicamos, si impresiona en conjunto, admira en detalle. Cada uno de sus personajes merece un aplauso: tanta verdad hay en ellos, que nos sentimos como contagiados por su alegría y quisiéramos participar de ella, por grotescas que sean las formas que reviste. Recomendamos este cuadro á nuestros favorecedores: obras tan bien acabadas no las produce muy á menudo el arte.