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TEREGRINACIONES 403

bailar allí una cuadrilla, y contemplar la puesta del sol.

En efecto, al caer la tarde, mas de veinte jóvenes, llevando en el brazo canastillos de provisiones, escalábamos aquel bellísimo cerro cubierto de árboles y de olorosas yerbas. Nuestra algazara podia oirse áú lo léjos. Todas hablábamos y reíamos á un tiempo. Aquí, un grito de gozo á la vista de una flor; allí, otro de terror á la aparicion de un zorro; mas allá, una exclamacion de entusiasmo ante el inmenso horizonte.

Para dar mas espansion á nuestra alegría, habiamos escluido á los hombres, cuya presencia nos habria sido inoportuna en aquel paseo, que era mas bien una reminiscencia de la niñez; del tiempo en que íbamos con las nodrizas ú merendar empanadas en las orillas del Husi.

—Yo—decia una—He ocultado nuestra escursion á papá, que la hubiera encontrado temeraria.

—No así el mio, que la ha aplaudido con entusiasmo—replicaba otra.

—Y tus tres hermanos, Carolina? Por cierto, que la habrán desaprobado.

—En lo absoluto, alma mia; y me prohibieron venir, á menos que, el gracioso comité organizador del programa los llamara á ellos para servirnos de escolta.