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200 PANORAMAS DE LA VIDA

Muchos hoteles ostentaban á mi paso, sus insinuantes y pomposos nombres; pero invadíalos la hambrienta oficialidad de aquellas tropas, que se precipitaba en sus puertas con bulliciosa turbulencia, espantándome á mí, que me alejaba, no juzgando conveniente á mi desamparo, aquella marcial vecindad.

Al pasar delante de un mercado, llamó mi atencion una negra que salia cargada con un enorme canasto de provisiones, agoviado enteramente su cuerpo demacrado, aun que de fuerte musculatura.

—Pobrecita!—exclamé, presentándole una peseta. —Toma, y paga 4 un hombre que te lleve esa carga de mulo, cuyo peso destrozará tus pulmones.

—Ah'!—dijo ella, en mal español, besando mi mano y la moneda—¡Dios pague la caridad á vostra señoría! pero los esclavos somos aquí para eso, desde que nacemos hasta que morimos. Qué quiere vostra señoría! ¿para qué habian de traernos de tan léjos, sino para servirlos como bestias ?

Y luego, fijando en mí sus ojos con una mirada dulce y triste—La señora es castellana—dijo— castellana como mi pobre ama. Cuánto tiempo hacía que no oía hablar su bella lengua! Ama mia! ama!

—Pues qué, no estás ya con ella?

—Ah! bien quisiera estarlo... . allá, en el