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162 PANORAMAS DE LA VIDA

Partimos.

Habia anochecido, y la luna alumbraba con una luz triste las blancas bóvedas de la ciudad, cuyo aspecto oriental tenia en aquella hora, algo de fantástico, que aguzaba mi pena. No podia resignarme á partir sin haber visto á mi madre: y oraba en silencio, comprimiendo mis sollozos, mientras Samuel me esponia el programa de las operaciones comerciales que se proponia realizar en Chile, asi como el cuadro de mis nuevos deberes como dependiente, en aquel mercado. Y absorto en sus especulaciones de negociante, alejábase de aquella blanca ciudad que lo habia albergado, y del magestuoso Misti y de la encantada campiña, sin darles ni una mirada, ni un recuerdo.

Así dejarían sus padres la tierra de Canaan para acudir al olor de las cebollas de Egipto.

Al volver un recodo del camino, divisé una persona sentada, inmóvil sobre un ribazo. Era mi madre. Queriéndome evitar el dolor de la despedida en el hogar doméstico, habia venido allí y me aguardaba llorando.

Al acercarme, se levantó, secó sus lágrimas, y me abrazó procurando afirmar su voz para darme sus últimos consejos. Despues me bendijo, y apartándose de mí, se puso de rodillas y oró, siguiéndome con los