UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 247
Algunos dias despues, hallábame en el templo de las carmelitas, asistiendo á la misa solemne de una fiesta.
El altar estaba cubierto de luces y flores; ardia el incienso; y el órgano hacia oir sus acordes magestuosos.
En el rincon oscuro de la cancela donde me habia colocado, noté de repente, queno estaba sola. Cerca de mí, sentado al estremo de un escaño, y la frente apoyada en la mano, hallábase un jóven hundido en profunda meditacion.
En cualquier otro lugar, no habria podido reconocer aquel rostro invadido por una barba abundante y negra; pero el sitio, y la emocion impresa en sus facciones, trajeron á mi memoria el viajero de la capilla de Uchusuma.
Al nombre de Estela, que pronuncié en voz baja, el jóven volvió la cabeza, reconocióme y estrechó mi mano.
—En nombre del cielo, —le dije—apresúrese V. á decirme que suerte ha cabido en el horroroso cataclismo, á la casita sagrada de las orillas del Chili?—
—El ángel que hizo allá su morada, estiende todavia sobre ella su ala: protectora—respondió con acento fervoroso el jóven arequipeño.—