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tre los pobladores de Arauco. Opinaban unos, que era necesario emprender una guerra á muerte contra los invasores mientras que la otra facción, aterrorizándose ante la expectativa de un derrame de sangre humana, determinó evacuar el terreno de Arauco, para que con la posesión de éste se sacie la codicia del inca. Firmes ya en su propósito, todos los que como éstos opinaban, abandonaron las regiones boreales de nuestra patria y se encaminaron hacia el sur, hasta llegar á este lago, en una de cuyas islas se fundó la grande villa que ante nuestros ojos tenemos y que todos los pueblos de Chile llaman hoy dia la encantada ciudad. Aquí se llevó de todo Arauco ese metal por los incas codiciado; y con él ves cubiertas todas las casas, haciendo su brillo deslumbrador hermoso contraste con las plantas y flores que á cada habitación circundan. Construyéronse fuertes vallas en las márgenes de la isla, para que de fácil defensa sirvieran contra importunos agresores. Felices y contentos con su suerte encuentras aquí á todos los habitantes; sólo un pesar nos aflige, que es el de estar tan lejos de nuestros hermanos y de no poder hacer nada por la libertad de Arauco. Ojalá que cada butalmapu hiciera lo que nosotros hicimos. Sin baluartes artificiales será imposible detener á los invasores incásicos. Es necesario, que cada batalmapu levante una ciudad como nosotros lo hicimos.

Tulcomara. No sucederá eso; pues en hablándoles de la Ciudad Encantada, horribles imprecaciones se desprenden de sus labios contra vosotros, á quienes nombran «sepultados vivos». Para la imaginación de ellos es imposible que se avenga el bienestar de un pueblo con el vivir en ciudades. Creo que en cuanto á acorralarse en una aglomeración de casas, jamás os imitarán

Mareg. Quédense ellos con sus preocupaciones y quedémonos nosotros con nuestra Ciudad Encantada; engrandezcámosla, enriquezeámosla y fortalezcámosla, para que todo chileno del norte, que en lo futuro de la salvación de su patria la esperanza pierda, encuentre aquí un sitio cobijado para lamentarse de sus desgracias.—Tulcomara, cual rigido alud despréndese en nuestros lindes boreales una falange formidable de enemigos; cual enjambre de abejas que contra el aleve agresor que su colmena allana, se defiende, se defenderán los de Chile; más aludes y otras más caerán sobre Arauco, luchas sangrientas se sucederán sin fin, y como el Butanlebu, que caudaloso y formidable atraviesa las campiñas del más extenso de nuestros valles, cual manso arroyuelo se desliza