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en seguida sin siquiera chocar con las olas del grande océano que el seguir adelante le impide, así también Arauco: hoy respetado y temido por su valor, mofa y ludibrio llegará á ser de los hijos de sus veneedores, y lo que valor había sido, pertinacia imponderable vendrá el ser. De Arauco el pueblo viril, cual las aguas del Butanlebu en el mar, se perderá en otro mar que es Ciudad Encantada, sobrevivirá ésta á toda emergencia. Mantendráse vivo en ella el amor por la patria chilena y por sus dioses; y cuando todo Chile, exceptuando á Lauquén, haya sucumbido ya á los golpes del martirizador, cual majestuoso pehuén que después de haber desafiado á las tormentas y hachazos continuos del leñador que alevosamente su tronco debilita, sucumbe, entonces aquí germinarán todas las virtudes de los hijos de Arauco y extenderán paulatinamente sus ramas fructíferas por todo el país, admitiendo que todo lo bueno se entrelace con ellas, cual nuestros gigantes pehuenes, los símbolos de la fuerza y lealtad chilenas, permiten que en sus troncos se encarame la cariñosa enredadera á la cual debe su existencia la más primorosa entre las flores de Chile, el purpúreo copihue. Pero ahogaránse los vicios y la maleficencia á la sombra de las bellas enramadas que se irán formando. La nueva generación que saldrá de esa aleación de primitivos pobladores de nuestra patria y los forasteros que en Chile se habrán arraigado, no será empero menos valiente ni menos adicto á su patria que los que por Arauco cual mártires murieron. Y sabrá ese nuevo linaje, escarmentado con la suerte de sus antecesores, defender sus puertas con mejor éxito que lo supo el incauto, en insidias inexperto araucano. Mas para que todo esto pueda suceder, es menester que aquí reemplace al ya cano ulmén Mareguano un fuerte brazo juvenil.

Tulcomara. ¿Y no lo encontraste aún?

Mareg. En estos momentos acabo de dar con él.

Tulcomara. Llévame á él, para que también le dé mis parabienes.

Mareg. Para ese fin no es menester que de aqui nos alejemos. Si saludarle quieres, has de saludarte tú á ti mismo.

Tulcomara. A mí. No te comprendo.

Mareg. Tú eres, de quien los dioses los pasos á esta ciudad dirigieron, para que sucesor mio te hicieras

Tulcomara. ¿Yo, dices, yo seré ulmén de la Ciudad Encantada? ¿Yo debelador de los que en armas contra ella pretendieren alzarse? Tendría pues razón aquella niña, á quien cupo trastornar con vehemencia todo mi sér.