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Tulcomara. La veo. ¿Y qué relación puede tener la luna con el rapto de Tegualda?

Hueñuyún. ¿No lo sabes? Jamás Tegualda á la fuente víene, si la luna sus pasos alumbrar puede.

Tulcomara. ¿Qué oigo? ¿Traicionado yo acaso? ó tú quizás una impostora que mi dicha á deshojar viniste?

Hueñuyún. Te digo la verdad, oh Tulcomara. No viene jamás Tegualda acá, si la luna se ve, como te dije; no miento.

Tulcomara. ¿Y en qué relación sabes á Tegualda con la luna?

Hueñuyún. ¿El cuento no conoces de la infeliz Alequillén?

Tulcomara. Suena ese nombre de Alequillén por vez primera á mis oídos.

Hueñuyún. Oye pues. Ya concluidos los muros de esta villa, se dispuso, que un centinela estuviese de continuo alerta, para que no se acercara ningún enemigo á la punta extrema de la lengua térrea que desprendiéndose de los muros de Lauquén, hacia los Andes en el lago se interna. Sucedió empero, que el primero á quien tocara estar ahí de guardián, tuviera una amante domiciliada en la ribera opuesta. Fué pues Alequillén-éste era el nombre de la muchacha—en primera noche de las que alumbrara las vallas recién finalizadas de Lauquén, en débil canoa á ver al centinela Lepomande. Entro Lepomande al barquichuelo, y ambos amantes permanecieron ahí bogando y departiendo hasta que Pillán, desazonado con la desobediencia del centinela con la seductora Alequillén, hiciera zozobrar la frágil embarcación, poniendo en seguida á los dos, á Lepomande y Alequillén, en el centro del disco lunar, donde distintamente puedes verlos, siempre que el grande astro de la noche nos envía todo su resplandor. Desde ese día empero, en que Pillán hizo escarmiento en Lepomande y Alequillén, no es dable trabajar á la luz de la luna, haciendo con el mismo trabajo menosprecio de la mala ventura de los dos amantes.

Tulcomara. Más creo á la dulce voz de Tegualda que á tus risibles ocurrencias, Aléjate de aquí, que tu aliento será lo que á la distancia mantiene á Tegualda. Aqui esperaré á mi felicidad, y de aquí me llevaré á mi bien, á mi buena estrella, que me guiará al través de mi vida, por más que verdad fuere lo que acabas de referirme, Que vean Alequillén y Lepomande que aun hay jovenes que como ellos se aman, pese á todo el mundo; y lejos de resentirse ellos, se regocijarán al ver una pareja feliz que en recíproco amor rebosa.—Préstame, oh Gracolana, ese cántaro que en la mano tienes. Arrojando yo harta agua de esta fuente, más claro, más