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tar el alivio que hoy necesito. Mira en torno nuestro; toda la naturaleza ha cesado de descansar. Al pejezuelo que sin temor en esta clara agua reposaba; al pajarillo, que sin cuidado en esas ramas se mece; las florecillas aquí á nuestros pies, que fuertemente durante la noche mantenían cerrados su cálices; á la labriega que ahí á lo lejos á los campos ves salir; á todos ha llamado á una nueva vida el primer rayo del sol que desde largos ratos hiriendo está las doradas cúpulas de Lauquén. Todo está en movimiento, todo en el trabajo se alegra de su vida, y yo tan sólo estoy aquí holgazaneando, perdiendo el tiempo en aguardar á mi esposo.—¿A quién?— ¿Ah terrible sugestión? No, Glaura; dí, que no. Tulcomara no me abandonará. Dí no, Glaura. Dí, pues, dí. Oh, no me mates con tu silencio. Glaura, dí no.

Glaura. No, pues. Vaya, no, para complacerte. Pero escúchame al fin. ¿A Colca conoces, el inquilino del Traucura? ¿Sí? Pero no llama tu atención lo que diciendo estoy.

Tegualda. Sí, oigo, prosigue.

Glaura. Colca acaba de pasar por aquí, antes que tú me llamaras á tu lado, y pude hablarle unos pocos instantes. Venía él de los afueras del otro lado del Toltén y dijo que había visto encaminarse á un forastero hacia la fuente que allí de un peñasco brota.

Tegualda. No fué Tulcomara.

Glaura. No parece imposible que lo haya sido. Lleno el corazón con el amor por tí, no habrá puesto atención, cuando las señas de esta fuente le dieron, y equivocadamente ha tomado un camino opuesto al que debía de elegir.

Tegualda. Prosigue, sigue.

Glaura. Mandé pues á Colca al mismo sitio, donde él al forastero había visto, y le encargué de averiguar, si era Tulcomara, y que, en siendo, le hiciera presente su error.

Tegualda. ¿El mismo Colca que con sus amores me viene tiempo há importunando?

Glaura. El mismo, pero su amor por tí le manda hacer todo bien, por tí.

Tegualda. Gracias, Glaura, que así procediste. Hoy es demasiado tarde ya para la consecución del objeto que aquí nos trajo. Idos, fieles compañeras, que es intempestiva ya la defensa vuestra, Espero veros otra vez aquí en hora menos aciaga. Idos, que pronto os seguiré.—Tu, Glaura, también aléjate. Déjame sola unos breves instantes, que luego te seguiré á nuestra habitación.

Glaura. Más bien contigo me quedaría; te obedezco empero, convencida de que no tardarás en seguirme. (Váse).